Capitalismo de vigilancia,
el nuevo mundo feliz en el que el producto eres tú (y prefieres no saberlo)
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La nueva era económica se fragua en plena crisis de las 'puntocom'
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Google descubrió cómo hacer predicciones sobre las personas y
monetizarlas
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La gratuidad en los servicios promueve un sistema que espolea la
adicción
Imagen: Dreamstime.
9:23 - 8/06/2019
En el mundo feliz que dejó
plasmado el escritor británico Aldous Huxley en su novela homónima de 1932, las
personas viven drogadas y felices, manipuladas por un plan superior en el que
la ciencia más puntera sólo sirve a una estructura de dominación. Ahora no
tomamos 'soma' -la droga que consumen los personajes de Huxley-, pero tenemos
un abanico infinito de aplicaciones y servicios gratis diseñados
específicamente para convertirnos en felices adictos y en los auténticos
recursos que surten la acumulación de riqueza en el nuevo capitalismo que
ordena el mundo. Bienvenidos al capitalismo de vigilancia, el lugar en el que
nunca nos hemos sentido tan libres pese a ser observados sin descanso.
Tu smartTV te observa. Pero
también tu teléfono, tu coche, tu robot de limpieza, tu asistente de Google y
hasta esa pulserita que monitoriza el número de pasos que das. Una pista: todos
los productos que llevan la palabra smart o incluyen la
coletilla de 'personalizado' ejercen de fieles soldados al servicio del
capitalismo de vigilancia. Así lo resume Shoshana Zuboff, profesora emérita de
la Harvard Business School y creadora del concepto llamado a sepultar el
capitalismo que hemos conocido hasta ahora.
Su origen se remonta a hace dos décadas con la
burbuja de las 'puntocom', y aún no somos conscientes de que la era económica
ha cambiado. Establezcamos primero el nuevo mapa para saber orientarnos en esta
realidad económica.
Capitalismo
industrial vs. capitalismo de vigilancia
En el capitalismo industrial, los propietarios de
los medios de producción son los emprendedores que, a través de una inversión,
compran las materias primas y la estructura necesaria para la producción de
bienes y servicios, y contratan mano de obra con este fin. El objetivo último
es colocar estos productos en el mercado, donde los clientes coinciden con los
trabajadores. El medio sobre el que reposa todo el sistema del capitalismo de
vigilancia, sin embargo, es la infraestructura digital. Las redes de internet,
las tecnologías informáticas y las propias vidas humanas son los medios de
producción imprescindibles para proveer datos personales, la auténtica materia
prima del sistema.
El ser humano es un terminal de corrientes
de datos. Con este saber se puede influir, controlar y dominar totalmente a las
personas
La mano de obra ya no está configurada por
empleados que reciben un salario a cambio de su trabajo, sino por usuarios de
aplicaciones y servicios gratuitos, satisfechos de adquirirlos a cambio de ceder
sin consentimiento a múltiples empresas un registro de sus experiencias
vitales.
En el nuevo capitalismo, los datos personales se
acumulan para producir el bien que se pondrá a la venta en el mercado:
predicciones sobre nosotros mismos. Los propietarios de los medios de
producción, ya lo habrán adivinado, no son otros que los que ejercen el
monopolio del negocio digital: Google, Facebook, Apple y Amazon. A su modelo,
sin embargo, se han sumado todo tipo de compañías del entorno tradicional.
"El capitalismo industrial, con todas sus crueldades, era un capitalismo
para las personas. En el de vigilancia, por el contrario, las personas apenas
somos ya clientes y empleados, somos por encima de todo fuentes de información.
No es un capitalismo para nosotros, sino por encima de nosotros",
sentencia Shoshana Zuboff en una entrevista en la BBC.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, profesor en
la Universidad de las Artes de Berlín y autor de una decena de libros,
profundiza en esta idea: "El ser humano es un terminal de corrientes de
datos, el resultado de una operación algorítmica. Con este saber se puede
influir, controlar y dominar totalmente a las personas".
Cómo descubrió
Google la bola de cristal
Volvemos a la crisis de las 'puntocom'. A finales
del siglo pasado, Google, una compañía entonces alérgica a la publicidad, tuvo
que replantearse su modelo de negocio y cómo lograr rentabilidad. Sheryl
Sandberg, directiva al frente de la publicidad on line de la firma, llegó a la
conclusión de que la combinación de la información derivada de su algoritmo y
los datos computacionales recogidos de sus usuarios podían ofrecer un análisis
muy interesante para que los anunciantes no erraran su objetivo. Con una
predicción de quién necesitaba o deseaba qué, el anunciante sabía a quién
dirigirse y qué venderle.
Los servicios que ofrece el capitalismo de
vigilancia consisten en predicciones basadas en datos sobre nuestros
comportamientos, y estas predicciones se venden a otras empresas
"Google había encontrado una fórmula para
predecir comportamientos humanos", resume Zuboff, quien establece en este
punto un "giro oscuro e inesperado" en el capitalismo de vigilancia,
"pues reclama experiencias humanas privadas para convertirlas en datos de
comportamiento e integrarlas en el mercado".
Entre 2001 y 2004, los ingresos del motor de
búsqueda crecieron casi un 3.600%. En marzo de 2008 Sandberg fue fichada por
Mark Zuckerberg para Facebook, donde implantaría el mismo modelo de éxito.
A partir de aquí, esta estructura de negocio se
extendió a todos los ámbitos económicos, donde los datos suponen ahora la
verdadera fuente de riqueza. "Los servicios que ofrece el capitalismo de
vigilancia consisten en predicciones basadas en datos sobre nuestros comportamientos,
y estas predicciones se venden a otras empresas como anunciantes, aseguradoras,
grandes almacenes o proveedores sanitarios", desgrana la economista
norteamericana.
La mentira del
consentimiento y la adicción
Para la creación de estos datos en cantidades
masivas para extraer predicciones como de una bola de cristal, los humanos
resultan agentes imprescindibles. La singularidad es que, en este nuevo
capitalismo, nadie les cuenta que suponen la mano de obra gratis. Tampoco lo
importantes que son sus comportamientos, sus hábitos, sus deseos, sus miedos,
sus sueños, sus proyectos, sus dudas. Todos estos detalles, esta intimidad, es
extraída desde la infraestructura digital para ser vendida. Y ni siquiera hay
una remuneración por ello. ¿Cómo hemos llegado a consentir esto?
Las aplicaciones están basadas en un
inteligentísimo sistema de adicción y gamificación. Diseñan esto para hacernos
adictos
Para Paloma Llaneza, abogada, experta en
ciberseguridad y autora de Datanomics, la respuesta se reduce, primero,
a que el consentimiento en realidad no existe cuando escribimos nuestros datos
personales rápidamente para bajarnos aún más rápido una aplicación gratis o
recibir una newsletter semanal. "El consentimiento es una
de las grandes mentiras de internet", afirma en una conversación con elEconomista.
La experta asegura que el problema empieza cuando nuestros datos son usados
para otras finalidades y cedidos a terceras empresas que buscan conocernos
mejor y sacar un perfil de cómo somos. Esto es legal, pero el usuario
normalmente accede a los términos sin haberlos leído en profundidad. E incluso
cuando lo hace, resulta difícil no perderse en la terminología legislativa,
técnica y los conceptos. "Sin saberlo, el usuario puede estar dando
consentimiento a ser escaneado en redes sociales y, de ahí, se saca el perfil
de la persona. Solo con las fotos de Instagram ya se pueden deducir cosas del
comportamiento", explica.
Paloma Llaneza, abogada y experta en seguridad
informática. Imagen: elEconomista.es
Si cada vez más empresas nos están utilizando, la
siguiente pregunta es ¿por qué lo aceptamos como algo irremediable? ¿Por qué no
decir 'basta'? Llaneza -quien, por cierto, no utiliza WhatsApp ni está en
Facebook- nos invita a enfocar la atención en otro punto, a adentrarnos en
aspectos de la psicología humana. Sólo entonces resulta obvio que tampoco un
alcohólico dice 'basta' frente a otro botellín de cerveza. "Las
aplicaciones están basadas en un inteligentísimo sistema de adicción y
gamificación. Diseñan esto para hacernos adictos, todo es como un juego y
tienes que participar para formar parte de la sociedad", resuelve.
Una vez que somos adictos, parece prácticamente
imposible decir 'no' a ceder nuestra vida una vez más a cambio de la 'app' del
momento. La abogada considera que las personas no son inconscientes, sino
adictas, y que viven en un estado de infantilización ante la tecnología.
"A mí me preguntan: '¿cómo puedes vivir sin WhatsApp?', y yo les contesto:
'¿y tú cómo puedes vivir tan enganchado?", relata.
La gamificación, la técnica por la que cualquier cosa adquiere formato
de juego, es capital en el nuevo sistema
El fervor adolescente de querer formar parte de lo
último, recibir atención y no perder comba de lo que hace el grupo afecta ahora
a todos los grupos de edad. Como los personajes de Huxley, las personas son
felices con aplicaciones que les ahorran tareas tan sencillas como apagar la
luz. En otros casos, ni siquiera eso. ¿Recuerda esta app que
cotejaba una foto de la cara con pinturas clásicas para ver a qué rostro
inmortal se parecía más? La finalidad de este juego era crear modelos para el
reconocimiento facial y servirlos en bandeja a la inteligencia artificial para
que, en el futuro, quizá nos puedan denegar el acceso en un local determinado.
De haberlo sabido, probablemente nadie hubiera caído en la trampa. De ahí que
la gamificación, la técnica por la que cualquier cosa adquiere formato de
juego, sea capital en el nuevo sistema.
"Se nos está engañando por partida doble"
-expone en uno de sus artículos Evgeny Morozov, escritor e investigador experto
en la implicación social de la tecnología, "en primer lugar, cuando
hacemos entrega de nuestros datos a cambio de unos servicios relativamente
triviales, y, en segundo, cuando esos datos son después utilizados para
personalizar y estructurar nuestro mundo de una manera que no es ni
transparente ni deseable".
El cebo no es un
regalo
Además de la gamificación, la otra clave que
explica que se ponga en funcionamiento el ciclo de la adicción reside en la
gratuidad de estos servicios. Las apps gratuitas son el cebo,
no un regalo que le hace una empresa magnánima. A través de ellas, comienza la
extracción de datos, la acumulación de comportamientos que serán horneados para
poner en bandeja un festín de predicciones listas para ser transformadas en
dinero. "Detrás de todo esto está el problema de la gratuidad",
incide Paloma Llaneza, para quien el cebo de los servicios gratis emergió como
fórmula alternativa de la monetización.
Si no estás acostumbrado a pagar por
contenidos, por servicios, por información especializada, al final alguien
perderá su trabajo y, antes o después, a ti te va a tocar
La gratuidad no sólo hace más sencillo que las
compañías sigan recolectando datos personales, sino que quede abierto el grifo
de la precarización laboral. O más bien, de una "autoprecarización"
que acabará afectando al mismo ciudadano que ha descargado un servicio gratis.
Así lo explica la experta en ciberseguridad: "Si no estás acostumbrado a
pagar por contenidos, por servicios, por información especializada, al final
alguien en el otro lado de la cadena de valor se resentirá. Alguien perderá su
trabajo y, antes o después, a ti te va a tocar".
Las personas, felices con la innovación tecnológica
-como en cualquier religión, la crítica no es tolerada-, han abierto las
puertas de su casa a que la vigilancia continúe en su refugio más íntimo. El
llamado Internet de las Cosas, que ya cuenta con sus primeros escándalos tras
convertir a ingenuos juguetes en espías de niños, ha llegado para maravillarnos
con sus efectos hipnóticos. "Le digo a Alexa que me apague las luces y las
apaga. ¡Es magia!", ejemplifica con sorna Llaneza, aludiendo al
'asistente' de Google.
Los robots de limpieza conocen el perímetro de tu casa, tu coche sabe si
metes bien o mal las marchas, tu libro electrónico registra qué prefieres leer,
y Alexa... Alexa lo sabe todo
Los aparatos conectados a internet nos ofrecen un
panorama oscuro donde la vigilancia queda sellada. En concreto, la autora
de Datanomics alerta sobre la evolución de la televisión
inteligente -smart TV-. Los últimos modelos están concebidos para que la
conexión a la red sea 24 horas los siete días de la semana. "Es como tener
un micrófono en tu casa", se queja Llaneza, quien advierte de otra
perversión más: las apps que permiten encender la televisión
desde el propio móvil. Así, los hábitos que se tienen ante la televisión, el
tiempo que pasas viéndola, "si paras en una escena determinada de sexo, de
amor o violencia", quedan guardados y se mezclan con los datos extraídos
del móvil.
Los robots de limpieza conocen el perímetro de tu
casa, tu coche sabe si metes bien o mal las marchas, tu libro electrónico
registra qué prefieres leer, y Alexa... Alexa lo sabe todo. "El hombre y
sus datos se ponen al servicio de internet. Pienso que estoy leyendo un ebook,
pero en realidad es el ebook el que me lee a mí", critica el filósofo
surcoreano Byung-Chul Han.
Vigilados pero
'libres' y felices
"No vivimos en un mundo conectado, vivimos en
un mundo vigilado", sentencia la experta en seguridad. El doctor en
Filosofía instalado en Alemania se suma a esta idea y compara la nueva
observación de los ciudadanos con el sistema del panóptico de la arquitectura
carcelaria. "En la cárcel, hay una torre de vigilancia. Los presos no
pueden ver nada pero todos son vistos. En la actualidad se establece una
vigilancia donde los individuos son vistos pero no tienen sensación de
vigilancia, sino de libertad", explica en su obra La expulsión de
lo distinto (Herder), que analiza el impacto de la hipercomunicación y
la hiperconexión en la sociedad. Para Han, la sensación de libertad que brota
en los individuos es engañosa: "Las personas se sienten libres y se
desnudan voluntariamenate. La libertad no es restringida, sino explotada".
El profesor asiático expone que "la gran diferencia entre internet y la
sociedad disciplinaria es que en esta última, la represión se experimenta. Hoy,
en cambio, sin que seamos conscientes somos dirigidos y controlados".
¿Han pasado por delante de un gimnasio e
inmediatamente han recibido una notificación con una irresistible oferta para
apuntarse? ¿Han chateado con un amigo por WhatsApp sobre un viaje a Estocolmo y
han empezado a recibir anuncios de alojamiento en Suecia? ¿Han comentado en voz
alta que les apetece comer una pizza y su pantalla les bombardea con ofertas de
alguna conocida pizzería? Si alguna vez les ha pasado algo de esto, no se
maravillen y párense a pensar. No es magia, es el capitalismo de vigilancia
alimentándose de sus vidas.
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